¿Activismo feminista radical en el siglo XXI o colaboración con el fascismo?
Los últimos años hemos visto como algunas autoras que se han autodenominado gender critical empezaban a colaborar con grupos ultraderechistas y racistas, causando el estupor de muchas feministas antifascistas. Existe un artículo de Janice Raymond de 2014: Activismo feminista radical en el siglo XXI, donde al final del texto propone y justifica esas alianzas completamente opuestas a una política que podamos llamar feminista, radical, y menos aún, revolucionaria. Traduzco y dejo abajo ese texto de Raymond con un propósito informativo y de denuncia.
Actualización julio 2020: Los últimos meses algunas autoras, que pretenden representar al feminismo español sin que una mayoría de feministas las hayan elegido ni otorgado esa autoridad, han seguido la estela de las gender critical anglosajonas de las que hablo en esta publicación de agosto de 2019, y han comenzado a colaborar sin escrúpulos con la ultraderecha española. Hace tiempo que coinciden parte de sus discursos, como apoyar cruelmente la represión del Estado español. Las últimas semanas han dado algunas pasos más, profundizando la colaboración con las fuerzas patriarcales del fascismo, publicando en medios de la ultraderecha; permitiendo que partidos fascistas como Vox usen sus palabras, las alaben y las pongan de ejemplo de las verdaderas feministas; difundiendo las mismas teorías fascistas de la conspiración y apoyando discursos que demonizan y criminalizan colectivos enteros de millones de seres humanos, sean homosexuales, transexuales, musulmanas…
Hace muchos años que hay críticas a la teoría queer desde posiciones feministas de clase, marxistas, indígenas, materialistas... Para ser críticas con la teoría queer no hace falta en absoluto cruzar la crucial línea roja y violeta que nos separa claramente a las feministas del fascismo. Dar ese paso es un error político gravísimo, que gracias a la cada vez mayor cantidad de mujeres formadas en las teorías feministas, están cometiendo solo una pequeñísima y ruidosa minoría de autoras que sirven de referente a mujeres fanatizadas en las redes sociales más tóxicas.
La crítica que hago abajo a las gender critical anglosajonas, es válida también para las “feministas” españolistas que hoy día colaboran con el fascismo de un modo retumbante; desprestigiando al feminismo entendido como un movimiento político que lucha por la liberación de las mujeres, y su propia trayectoria anterior; alejándose ellas solas de los espacios feministas de clase, decididamente antifascistas, y por tanto antirracistas.
Janice Raymond, y quienes siguen sus propuestas en Estados Unidos, Canadá o Europa, defienden una política colaboracionista con fuerzas conservadoras y fascistas inaceptable desde un feminismo antirracista de clase. Esa colaboración va desde escribir para los medios ultras, participar en actos en sus locales, invitar a conocidas racistas y homófobas a sus actos supuestamente feministas sin cuestionarlas, participar en los canales de comunicación de estas fuerzas, callando ante su racismo, su lesbofobia y su sexismo. Según las autoras gender critical, todas esas alianzas están justificadas. Han reducido el feminismo a una tesis conspiranoica según la cual las personas transexuales son una amenaza letal para las mujeres, y la cuestión central en torno a la que debe girar todo el actuar feminista. Siguiendo esa línea de pensamiento paranoica, ajena a la realidad, las gender critical deben coaligarse con quien sea, incluso con ultras y fascistas, si estos comparten sus puntos de vista sobre las personas transexuales. Las gender critical han sido capaces de estrechar lazos hasta con las mujeres antifeministas que están en contra del derecho al aborto, porque tienen la misma agenda que ellas sobre la transexualidad.
Por supuesto, las autoras gender critical no explican cómo piensan abolir el género aliándose con quienes más lo perpetúan, legitimando y reforzando a las fuerzas más misóginas y patriarcales de la sociedad. La crítica que hacen al género se convierte en algo abstracto, sin una correlación con una práctica encaminada a su abolición. Su práctica real refuerza el género, y refuerza otras opresiones como las de clase y raza, que ignoran o niegan. Por eso no tienen problemas en aliarse con fuerzas burguesas, reaccionarias o racistas. No les preocupa ni el clasismo ni el racismo. Ni siquiera les preocupa realmente el sexismo. Aunque a menudo las gender critical acosan a muchas mujeres que no rompen lazos con los varones, o a lesbianas BTW, tampoco tienen ningún problema en colaborar con los varones de las fuerzas misóginas y patriarcales con las que se alían, ni como decía antes, con mujeres antifeministas.
No me ha extrañado nada descubrir que ese llamamiento procediera de Janice Raymond, y que sea ella la cabecilla intelectual del colaboracionismo “feminista” con el fascismo, porque en los años 80 del pasado siglo Raymond ya colaboró con la administración de Ronald Reagan. Raymond no tuvo entonces ningún escrúpulo en colaborar activamente con la ultraderecha estadounidense, dando con sus papers base al discurso y a la legislación restrictiva de derechos de Ronald Reagan.
Y no tienen escrúpulos ahora las autoras que en los últimos años han seguido y siguen sus consignas. Sí parece avergonzarles reconocer cuál es su referente intelectual, pues pocas veces mencionan a Janice Raymond. Al contrario que las corrientes feministas que están orgullosas de sus referentes intelectuales, de sus obras y de sus luchas, las gender critical y sus partidarias no suelen citar a esta autora, ni sus libros, ni sus papers, ni su biografía, aunque sigan sus propuestas al pie de la letra, y la consideren una de las suyas.
Mi oposición a cualquier clase de colaboración con la derecha, no digamos con el fascismo y las fuerzas policiales, es clara y contundente. Traduzco y publico este texto de Raymond con un propósito informativo y de denuncia. Cualquier colaboracionismo con fuerzas reaccionarias, sea por convicción, o sea por mezquinos motivos tácticos cortoplazistas, lo considero antifeminista y una inexcusable complicidad con el fascismo. No olvidemos nunca que el fascismo es la última línea de defensa del capital, su último recurso cuando se sabe amenazado. No olvidemos nunca que el fascismo es un movimiento que pretende destruir a las mujeres como sujeto político, someternos, condenarnos a la explotación en casa y en el trabajo asalariado, impedir que ejerzamos nuestros derechos como mujeres soberanas, cuando no destruirnos físicamente, si todo lo demás falla.
Callar ante el colaboracionismo de supuestas feministas con la ultaderecha es también complicidad con el fascismo, por mucho que de boquilla te opongas a él. Recordemos el lema de las sufragistas: Hechos, y no palabras.
Las feministas no podemos apoyar en lo más mínimo a quienes se propone acabar con los ya escasos derechos de los mujeres en una sociedad patriarcal, y someter a todos los sectores sociales, sexuales y étnicos que no les gusten, les incomoden y no sirvan para sus propósitos de explotación. No hay nada más opuesto a los principios históricos del feminismo y a las luchas por la liberación de las mujeres.
Nuestro deber como feministas es denunciar la actuación colaboracionista de las mujeres que se alían con el fascismo en cualquiera de sus formas, mientras compañeras como Marielle Franco y otras hermanas son asesinadas por las fuerzas ultras con las que colaboran estas mujeres autoconsideradas feministas.
Fragmento de “Activismo feminista radical en el siglo XXI”
Pasado, presente y futuro del activismo feminista radical
Fuente original: “Radical Feminist Activism in the 21st Century”
Janice Raymond ▪ 2014
Trabajar en el mundo significa una confrontación con el poder y la capacidad de desafiar el poder patriarcal, especialmente las instituciones e industrias poderosas que someten a las mujeres a la violencia y la explotación. Es darse cuenta de que la opresión de las mujeres, ya sea a través de tecnologías que manipulan y mutilan el cuerpo femenino, o mediante sistemas de tráfico y prostitución que explotan sexualmente el cuerpo femenino, o mediante un tratamiento médico que supuestamente construye un cuerpo femenino a partir de hombre — se ha industrializado, y lo que estamos desafiando son industrias poderosas.
Siempre he creído que el feminismo radical no está ni puede separarse del mundo en el que existimos. Incluso la disociación radical y voluntaria del mundo, originalmente asumida como una postura separatista radical, puede producir una visión panorámica que nos aleja de parte de lo que debería ser un mundo común y una influencia feminista radical en este mundo, este mundo que es cada uno cada vez más globalizado por industrias que manejan y controlan grandes poblaciones de mujeres, por ejemplo, la industria médica y la industria del sexo, que se han unido para promover el acceso sexual y reproductivo a los cuerpos de las mujeres a medida que internacionalizan la prostitución y las madres para promover el tráfico sexual y reproductivo.
El activismo feminista radical en el que participé durante la década de 1970 y que continuó durante la mayor parte de mi vida activista involucra muchas conferencias y testimonios en foros no feministas, grupos de ciudadanos, comisiones gubernamentales y legislaturas en varias partes del mundo. Implica nuevas formas de traducir las ideas feministas en foros de políticas públicas y legislativas, creando una capacidad para traducir las políticas feministas en foros públicos.
Esto a veces implica trabajar con personas con las que nunca pensamos que trabajaríamos, como la policía o los legisladores conservadores que están listos para aprobar leyes, por ejemplo, que brindan protección y asistencia a las víctimas de la trata. E implica trabajar con mujeres a quienes nunca hubiera calificado de feministas radicales, pero que en su trabajo con mujeres son radicales en el sentido más fundamental de esa palabra.
Los grupos que se esfuerzan por hacer un cambio político deben buscar formas de actuar sobre las diferencias en ideología y tácticas. Este esfuerzo a veces resulta en organizaciones que actúan en asociaciones maleables. A veces, esto da como resultado coaliciones con aquellos con los que nunca podríamos vincularnos en otros temas, como la agenda contra la guerra o los derechos reproductivos.